Embaucado de abrumadora felicidad
con cariño y almuerzo, mueve la colita
tras ser recogido de la sucia calle.
Fugaces momentos que
de golpe y porrazo
con una patada y un portazo
le vuelven hacer ver lo que es:
un perro callejero,
sucio, solitario y confuso;
de bueno, imbécil profundo.
No necesita revolverse hacia nadie
llora, muerde alguna rama de rabia
y huye.